Por Marcel Socías Montofré, ex periodista y colaborador de diarios… de vida
Era abrir el libro y la Mariana aparecía. De todos los niños del parque la única en saludar. Sin duda la edad tiene el beneficio de la confianza. Como si jugar en la plaza y cambiar su diario de vida por el mío en prensa fuera lo mismo. Y también lo mismo si yo quería escucharla. Ella hablaba. Yo de pájaros en la cabeza. Su cuidadora ya había renunciado a gritarle que me dejara tranquilo. Mariana estaba en esa edad linda en que todavía la gente piensa que los espacios públicos son para el público. Pero en fin. A ella le daba lo mismo. Me contaba historias. Breves, por supuesto. Las pausas del columpio no duran tanto. Ni siquiera cuando crecemos. Y ella que ni siquiera necesitaba crecer. Yo lo sabía. Lo supe desde que me contó el verano pasado.
-¡Me casé!, dijo mostrando en su mano rolliza el anillo de fantasía.
-¿Con quién?-, le pregunté.
-Con un compañero del jardín infantil.
-¿Y cómo se llama?
-Benjamín.
-¿Y él está contento?
-No sabe…
-¿Y si mejor le cuentas?
-¿Estás loco? ¿Y si me dice que no…?
Linda la Mariana. Le gustan esas historias sin finales. Ella tiene sus pasos propios. Va y vuelve cuando quiere. Como las Ventanidades. No le pongo escoba tras el parque ni la puerta. Yo sólo su amanuense. Sabe que a la vida nadie le anda con rebenque…